Mozart, un apellido que rebosa talento

Maria Anna Walburga Ignatia, o como la llamaban cariñosamente en su familia Nannerl, nació el 30 de julio de 1751 en el seno de una familia acomodada alemana y, desde pequeña se ha visto rodeada de instrumentos musicales que su padre le enseño a tocar, tales como el piano y el clave, y a los 8 años ya era capaz de interpretar piezas musicales muy complejas, algo de lo que su padre estaba muy orgulloso. También su hermano lo estaba, pues se sentaba junto a ella cuando ésta interpretaba alguna pieza y fue quien inspiró a su hermano pequeño. Había tal complicidad entre ellos que inventaron un lenguaje secreto y un reino imaginario solo para ellos.

Leopold llevó muchas veces a los dos pequeños genios de gira por varias ciudades de Europa, en las que Nannerl destacaba por ser una gran clavecinista y una brillante compositora. Parecía que todo estaba dispuesto para que Maria Anna pasara a la historia de la música, pero, desgraciadamente y, como era habitual en esa época, la tradición y las costumbres no permitían que una mujer llegase tan alto, tenían que ser sumisas y dispuestas a la voluntad de su padre y, posteriormente, de su marido.

 

Desde 1769, ya no se le permitía mostrar su talento y llegó a la edad de matrimonio, cuando su padre decidió apartarla de los escenarios, aunque no se casó hasta 1783 con Johann Baptist von Berchtold zu Sonnenburg. Pese al enfriamiento de la relación con su hermano tras su matrimonio, éste continuó enviándole cartas hasta casi el final de sus días.



Hay teorías que cuentan que Amadeus llegó a interpretar algunas de las composiciones de su hermana en público, de las que, actualmente no se conserva ninguna, aunque hay diversos debates sobre si las primeras obras de Amadeus son realmente suyas o son creaciones de Nannerl: es sabido que ella componía piezas para que su hermano aprendiese a tocar cuando aún no sabía escribirlas.

 

Gracias al testimonio que dejó Wolfgang Amadeus Mozart, sabemos que en esa familia hubo no uno, sino dos prodigios musicales, pese a que solo se le reconoce el mérito al varón de los hermanos.



En otra época, Nannerl habría podido convertirse en el alter ego femenino de su hermano y, como decía él en sus cartas, podría haber iniciado su carrera como compositora. Desafortunadamente y, como tantas otras mujeres de es época de la que no tenemos constancia y, posiblemente nunca tengamos, estaba condenada a que su legado acabase con ella ya que la sociedad le había impuesto el rol de esposa y madre, no permitiéndole cumplir sus sueños. 



Ángela Jiménez Puga

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