Transición del cine mudo al sonoro.
Por Francisco Manzano.
El
cine como tal comenzó allá a finales del siglo XIX. Las primeras películas
carecían de sonido, por lo que normalmente, eran amenizadas por la actuación de
un pianista que, a golpe de tecla, era capaz de hacer sentir al espectador la
comicidad o el drama de las escenas. Daba rapidez o calma y ponía esa nota
triste en el momento oportuno. Los actores, eran capaces de comunicar, pero incapaces
de ser escuchados. El lenguaje no verbal, los primeros planos y los títulos
escritos eran los encargados de desarrollar las tramas. Con el paso del tiempo
y las demandas del público comienzan a utilizarse instrumentos como el órgano
Wurlitzer (muy aparatoso) que disponía de varios teclados, de los que se
extraían efectos variados (sirenas, disparos, sonidos de pájaros...) muy
apropiado para la ambientación sonora.
El
mundo esta evolucionando constantemente y esos progresos se centras en la
mejora de determinados instrumentos y la invención de otros nuevos, a demanda
de los productores cada vez más convencidos de la necesidad de dar sonido a sus
obras. Es a partir de 1929 cuando se consigue sincronizar tecnológicamente la
imagen con el sonido. El cine como lo conocemos hoy día acaba de nacer. Como suele
pasar, ese cambio del cine mudo al sonoro no gustó a todo el mundo y hubo una época
en la que ambos convivieron de manera pacífica. Se perdieron puestos de trabajo
y la industria de cine tubo un pequeño titubeo, pero los resultados terminaron por
convencer a todos. De esos tiempos son obras como «El cantante de Jazz (1927)»
o «El gran dictador (1940)». Se pasó del cine mudo al cine con sonidos
sincronizados. Para luego pasar del cine parcialmente sonoro hasta llegar a las
películas sonoras.

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